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Exhibition: Pompidou and Meth Minute Cartoons |
Soy un estudiante de Artes Plásticas y de Diseño Gráfico que encuentra un poco triste la vida académica que me enmarca, es comprensible, no estudio en París y no tengo la opción de salir de mi clase de Historia del Arte a ver los referentes estudiados frente a frente en el Pompidou o en el Louvre, no. Estudio y vivo en Bogotá, una ciudad de poco artista sensible y verdadero, pero de mucho pseudo-intelectual que a duras penas sabe quiénes son Duchamp y Dalí, porque claro, están de moda. La verdad es que me agobia la idea de no poder tener en frente, en vivo, los grumos de pintura de alguna obra de Mucha o de Matisse, no poder ver en directo algún lienzo rayoneteado con los primeros bocetos de Da Vinci. Lo cierto es que mis ojos tienen acceso a millones de referentes por algo llamado reproductibilidad técnica, algo de lo que nos habla Walter Benjamin y algo que nos lleva a caer en varias dualidades... ¿Vale la pena triturar el valor aurático de una obra para exhibirla y volverla masiva? ¿La reproducción quita del todo el valor cultual a la experiencia artística y lo que recibimos nosotros no es más que una fragmentación masticada e insulsa? Quizá no nos sea tan fácil resolver estas dualidades entre las muchas otras que podrían aparecer, pero lo intentaremos.
Una terna de siglos atrás, el arte estaba totalmente destinado a conservar su valor cultual y no ser reproducido masivamente, sólo podía encontrarse en museos y estaba dispuesto de tal manera que los espectadores debían dedicarse a su contemplación silenciosa y atenta; ahora pasa todo lo contrario, el valor cultual se ha perdido y con la reproducción se ha llegado a la percepción distraída, a la descontextualización de espacio y tiempo, y en ese orden de ideas debemos aceptar que la experiencia estética se hace cada vez más pobre, veloz y vana. Soy consciente de que jamás será un evento muy emocionante o conmovedor ver fotos de pinturas impresas a blanco y negro, o ver un tiraje de media hora repleto de diapositivas sobre un buen artista, pero, ¿y entonces? he aquí una gran dualidad... de no ser por esas copias masivas -sosas y tristes pero, a la postre, sumamente funcionales- los estudiantes sudacas y lejanos al espectáculo artístico original no tendríamos elementos de estudio ni herramientas para desglosar los diferentes momentos por los cuáles ha pasado el arte en el mundo, no tendríamos puntos de partida ni referentes para formar nuestra identidad... sin aquel rollo de la reproductibilidad técnica nos sería imposible conocer de arte, y claro, mucho más estudiarla y dedicarnos a su producción y eterno rescate. Es, sin embargo, una eterna cacería de peros a la reproductibilidad, pues no es sólo no poder contemplarla en vivo, sino además estar sometidos muchas veces al discurso aprendido y enciclopédico de algunos profesores o exponentes que traen a nosotros dichos referentes. Es ahí cuando el papel del indagador y el autoconcepto deben salir a flote, si lastimosamente no podemos disfrutar de muchos originales y de su aura en vivo debemos al menos plantearnos nuevas preguntas acerca del más mínimo detalle y desarrollar nuevas conclusiones.
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La danza - Henri Matisse
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Creo que nunca me había sentado a pensar en estas dualidades, jamás me había cuestionado sobre la diferencia de sentimientos que produce ver una obra en el rito del museo y verla en una pantalla de computador; y siendo sincero esa no es la única dualidad que se me mete en la cabeza y ahora me perturba. Pensemos ahora, por otro lado, en uno de los grandes líos que ha traído la reproductibilidad: las copias, las malas copias, y algunos seres que hacen ciertas intervenciones a las que aún me rehuso a rotular como artísticas. Quiero citar un ejemplo que da vueltas frecuentemente en mi cabeza y que me conflictúa: Duchamp es un artista que me gusta y al cual admiro por su capacidad de romper paradigmas y de cambiar el rumbo de la percepción de aquellos que gustaban y gustan del arte, y una cosa es que desligara uno y mil objetos de su función, los desfamiliarizara y les diera relevancia al ponerlos en el contexto de la exposición artística, pero otra muy diferente es coger una obra tan maestral como la Monalisa de Da Vinci y pintarle un bigote, y bueno, alcanzar un reconocimiento exagerado por ello, vanagloriarse, diría yo. Me molesta
mucho pensar que a recursos como ese -y cada vez más descarados- han llegado muchos artistas contemporáneos mostrando en otros aspectos de su obra grandes cualidades creativas y excelentes propuestas innovadoras y convincentes, veo ahí otro gran problema de la reproductibilidad, una tritura aún más grande y extraña al aura de un original, y sí, estoy en total desacuerdo con utilizar ese tipo de recursos como parte del portafolio artístico de un exponente. Pienso que debe existir una barrera entre el creador original, el experto, el profesional y el modificador, el "creador espontáneo", y pienso que esa barrera debería ser
total, que los derechos de autor deberían ser un eterno pilar a respetar, no sé, soy un gran conservador si discutimos al respecto, se debe tal vez a esa "prostitución gráfica" que la falta de creatividad y el querer hacer cada vez menos ha creado.
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La Monalisa - Da Vinci VS. Duchamp |
Quizá la solución a estas dualidades es un tema de nunca acabar y quizá siempre habrán motivos para estar ligeramente a favor y románticamente en contra, digo
románticamente porque soy de esos seres que valoran la esencia, el esfuerzo, la idea, el detalle... sí, es cierto, agradezco de cierta forma a la litografía y al internet por permitirme aprender, llegar, conocer y estudiar lo que tanto me apasiona, pero les digo: pronto llegará el día en el que decida dejarlos a un lado y mochilearme el planeta, pronto hallaré la manera de llorar frente a una obra expuesta en alguna sala de los más famosos museos de Europa.
Pronto.